Ciegos

Una vez más, de la mano de Isabel Gil, madre, educadora y responsable SEER en Galicia, os compartimos un post sobre la mirada y los reflejos que nos regalan nuestros hijos/as. ¡Seguimos creando, que los disfrutéis!

Por supuesto ¿no? Pensamos que es evidente. Pues claro, soy su padre/madre ¿Cómo no lo va a saber? Pues resulta que no lo es tanto para ellos Simplemente si uno se para y responde de forma sincera ¿Cuánto tiempo paso al día con mis hijos? La famosa “conciliación familiar”, lo normal es que desgraciadamente no sea mucho. Pero de ese tiempo ya normalmente reducido ¿cuánto es estando REALMENTE presente, es decir, SÓLO centrado en él, no pensando en lo que tengo que hacer, que si las prisas, el móvil, que si llevarlo de aquí para allá…? Ellos captan perfectamente cuándo ESTÁS, cuando REALMENTE juegas con ellos, cuando los ESCUCHAS. ¿Cuánto es? Tantas veces migajas, con nuestro cansancio, nuestras preocupaciones,…

Y así les vamos privando de lo que más necesitan, el pilar de la vida, de la autoestima: sentirse amados. Porque sí, son egocéntricos; si no ESTÁS, interpretan desde su mente de niños, que es porque no tienen valor. Con nada se compensa, por mucho que les demos, estemos pendientes, nos sacrifiquemos,…,sin que les llegue ese amor, es vacío. Cuántas veces necesitan acudir a portarse mal en un grito silencioso de ¡hazme caso, por favor! ¡estoy aquí! Es tal la necesidad, que si no es por las buenas, tendrá que ser por las malas.

¿Cuántas veces les decimos que les queremos? ¿Cuántas palabras positivas les hacemos llegar cada día, aparte de ese “que bieeeen” muchas veces artificial y que tanto les puede perjudicar más que beneficiar Pues, por ser amado lo que sea, aunque no me guste lo que hago. Si así me van a prestar atención, pues eso tendré que hacer. Eso es a lo que tantas veces llegamos; nos encontramos haciendo cosas que realmente no queremos pero con las que pensamos nos van a valorar. Tantas veces que no nos llegó ese amor incondicional de nuestros padres, por muy evidente que sea que nos amaron desde nuestra mente de adultos. Y nos puede condicionar una vida entera de forma inconsciente esa falta que tuvimos de pequeños. Pero estamos ciegos.

Y cuando uno reflexiona en el día cuantas positivas han sido, a veces ¡ni las encuentras!. Con eso de que es evidente, pues ya está. A veces es un constante “así no”, “¡para ya!”, “¡¿otra vez?!”. Vaya machaque que les podemos llegar a dar, con la mejor de nuestras intenciones. Vaya ataque directo a la autoestima. Es como en el juego de la gallinita ciega; cuando uno sólo escuchan “frío, frío”, llega un momento en que hasta no sabe ni hacia dónde ir ¿Y si en cambio les hiciéramos llegar más “caliente, caliente”? Sería un impulso, una dirección, siempre que sea trasladado desde el sentir, por una alegría compartida y no de forma artificial con el famoso “hay que bien”. Y lo curioso es que ni nos damos cuenta de tanto frío, frio que les decimos.

El otro día estaba sentada en una cafetería y observaba como una madre estaba conversando con otra mientras su hijo andaba por allí y recibía cada poco “Que pares”, “Que tengas cuidado que lo vas a tirar”, “A ver si te vas a caer” “¡Ya está bien!” etc, etc…Y ya no sólo eso; con nuestro tono, nuestro lenguaje no verbal, muchas veces los estamos llamando tontos, pesados, patosos…y así día tras día hasta que se lo creen.

Por eso a veces pienso que estamos ciegos. ¿Será por eso que dicen que el amor es ciego?

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Isabel Gil Docampo

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