El Trabajo de Procesos desde la Mirada SEER

Siento Pienso Hago

La construcción de la identidad es un proceso complejo. Aunque lo centremos en la infancia y en la adolescencia, probablemente es algo mucho más prolongado, incluso sin final. ¿ Y es que, no debe ser la identidad está relacionada con como puedo saber más quien soy? ¿Y llego a saber alguna vez ciertamente quien ese ser en el cuál habito?

Si hacer yo misma este proceso es todo un trabajo, también lo es acompañar a otro a hacerlo. Y aún más cuando, en el reconocimiento de quien soy entran en juego cuestiones como la identidad de género, un origen diferente del entorno donde se está construyendo esta, la pertenencia a determinados colectivos sociales, etc.

Hablar de la propia identidad está directamente relacionado con la pregunta: ¿Quién soy? Para responderla y mirar de acompañar en la búsqueda de respuestas, el Triangulo de la Personalidad puede ser una herramienta de soporte que nos permitirá ordenar ideas y ampliar la conciencia que tengo sobre mi misma. Así pues, puedo mirar quien soy a partir de lo que HAGO (a qué me dedico, qué hobbies tengo, como es mi actitud en los diferentes grupos donde me relaciono, qué tipo de relaciones tengo, etc.), pero también observar lo que PIENSO (quienes son mis valores, a qué doy importancia, si hago aso a mis prejuicios o no, qué sistema de creencias me acompaña, etc.) así como lo que SIENTO (qué emociones siento más habitualmente , con qué conecto dados ciertos estímulos, desde qué emoción o emociones vivo mi día a día, etc). Con esta amplitud, pues, quizá veo estos tres vértices del triangulo no están desconectados, sino todo lo contrario, y que tendemos a buscar un cierto equilibrio, harmonía, coherencia y adaptabilidad porque aquello que siento, pienso y hago sintiendo.

En el acompañamiento de la construcción de la identidad, pues, puedo mirar de comprender la persona acompañada más allá de lo que muestra de ella misma (normalmente aquello que HACE, que a veces puede reflejar una parte de sus pensamientos y sus emociones), para poderla ayudar a comprender en ella esta amplitud, y ver su propio triángulo.

Desde el Trabajo de Procesos (Arnold Mindell), aportan una mirada interesante sobre esta cuestión, diferenciando:

Identidad primaria: aquello con lo que me identifico, las cosas que hago, pienso y siento habitualmente y que siento como propias. Por ejemplo, yo me puedo considerar una persona sociable, acogedora con las personas que entran nuevas en un grupo, que doy importancia al valor de la igualdad y pienso que la voz de todos tiene exactamente el mismo valor, y que normalmente estoy muy alegre aunque me entristece ver las noticias y pensar en como está de mal el mundo que me rodea.

Identidad secundaria: aquello que me cuesta reconocer en mí, que no forma parte de mi autoconcepto, pese a que pueda reconocer que a veces me puedo comportar así. En el mismo ejemplo que antes, puedo formar parte de mi identidad secundaria estar de mal humor y con pocas ganas de participar de las conversas, o bien despreocuparme de mi entorno.

Así pues, aunque en el acompañamiento de la construcción de la identidad es importante este proceso de autoconocimiento que nos lleve a encontrar respuestas a Quién soy, también será importante reconocer en mi aquellas partes a menudo más ocultas, quizá relacionadas con lo que menos me gusta de mi misma, o quizá con lo que nunca me he permitido reconocerme. ¡Como en una moneda, yo también tengo dos caras, y he de poder conocerlas las dos! Al hacerlo, aprendo a abrazar esta parte más desconocida de mí, a reconocer, en los otros, cosas que también están en mí, y a tener el poder de decidir qué parte muestro en cada momento.

De hecho, cuando nos referimos a identidad, hay una gran parte que se corresponde a este proceso de reconocimiento interno, pero también de aquello que quiero mostrar hacia fuera, con qué querría que me relacionen. Por esto, y especialmente cuando acompañamos a infantes y jóvenes, es necesario diferenciar esta cuestión de expresión de la identidad con el quién soy más interno, más esencial. Si me pudiera desnudar de mi imagen, de la mirada de los otros, y observarme internamente, quizá podría conocer una parte de mí que no tiene que ver con mi origen, mis gustos, mi forma de relacionarme o de estar, sino con cuál es mi potencial, cuál es mi identidad esencial. Quizá desde aquí, fuera de personajes y máscaras que nos ponemos para jugar en el juego de la vida, seríamos más capaces de ver la belleza de cada uno, sin necesitar poner ni ponernos etiquetas, y reconociéndonos como seres humanos únicos y a la vez tan iguales. Y quizá para acompañar a otros a encender este camino, necesito hacer yo el primer paso.

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